El Hombre Que Quise Que Me Amara

Hoy se fue de este mundo el hombre que más quise que me amara en esta vida. En la madrugada, mi papá, Manuel Cruz, partió de esta tierra. Sabía que algún día llegaría este momento, pero no estaba preparada. Recibí la noticia en un mensaje de mi hermano que decía: “Se ha ido, hermana, acaba de fallecer mi papá.” Y así, toda la emoción y alegría que sentí en mi reciente viaje familiar a Washington, D.C., se desvanecieron en un instante.

Mi mente está enredada en pensamientos y emociones que apenas puedo comprender. He pasado el día ocupada, trabajando, limpiando, tratando de esconderme de este dolor. Pero al abrir una pequeña caja que me traje de México hace casi 20 años, encontré solo cuatro fotos de él. Cuatro fotos, los únicos recuerdos físicos que guardo, porque en aquellos tiempos mi corazón estaba cerrado. Hoy, sin embargo, cada foto tiene un peso enorme, y cada recuerdo de él me hace reflexionar.

Manuel Cruz fue un hombre que vivió una infancia difícil. Creció en un ambiente de pobreza, violencia, y carencias de todo tipo. Desde niño, tuvo que ser fuerte para sobrevivir y ayudar a su familia. Emigró a los 16 años a los Estados Unidos, cargando con el dolor de una infancia marcada por la indiferencia de su madre y el desprecio de su padre. Esa dureza, aprendida para sobrevivir, moldeó al hombre que conocí como mi padre.

Él fue un hombre que amó a mi mamá a su manera, pero que nunca supo cómo mostrar ese amor. Cargaba con sus propios demonios, con las sombras de las adicciones, y con un dolor que quizás jamás pudo expresar. En mis recuerdos, su imagen es imponente, alto y fuerte. Recuerdo el miedo que sentía cada diciembre cuando llegaba a casa desde Estados Unidos. Recuerdo los gritos, los insultos, y el miedo constante que se sentía en el ambiente. No entendía por qué no nos amaba, por qué no podía ser el padre que yo tanto añoraba.

A medida que crecí, empecé a distanciarme, a construir una vida lejos de ese dolor. Mi libertad, lograda con esfuerzo, me llevó a cortar comunicación con él. Nos volvimos casi desconocidos, sin más palabras ni reencuentros. La última vez que lo vi fue cuando falleció mi Ita, su mamá. Recuerdo que lo abracé y le pedí perdón, y él, por un momento, se mostró vulnerable, pero rápidamente volvió a ser el mismo de siempre, con sus gritos y reproches.

Los años pasaron, y aunque recibí algunas llamadas de él, nunca contesté. Sabía que, aunque me doliera, seguiría siendo el mismo. Cuando supe que estaba enfermo, me cuestioné si debía ir a verlo. Pero en mi corazón supe que él no deseaba nuestra visita y que el amor no puede forzarse. Desde la distancia, lo perdoné y le deseé paz.

Esta mañana, al recibir la noticia de su partida, siento que estoy en paz. Sé que ahora está en un lugar donde podrá recibir el amor que nunca entendió en esta vida. Hoy miro atrás y le agradezco por haberme dado la vida, y me hago una promesa: amar a mis hijos de la manera en que ellos necesitan ser amados, de una forma diferente, pero con el mismo corazón.

Hoy, también, me perdono a mí misma y le digo a la niña que fui que siempre tuvo un padre, uno que la amó a su manera, aunque nunca lo entendiera del todo. Estoy orgullosa de la mujer en la que me he convertido, y le agradezco a mi papá por haberme dado la oportunidad de ser quien soy.

Dios te reciba en su gloria, papá. Gracias por ser mi padre. Tal vez, en una próxima vida, podamos amarnos de una manera diferente, tal vez como siempre lo deseé y como tú también hubieras querido.

Att: Tu elefante con patas 🤍

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