Fui la nerd... hasta que me junté con los populares y casi me pierdo

Por Ana Cruz

Cuando era adolescente y vivía en Apaseo el Alto, Guanajuato, mi mamá nos repetía una y otra vez la importancia de las buenas amistades. Frases como "Dime con quién andas y te diré quién eres", "Si el río suena, es porque agua lleva", y "Ojos vemos, corazones no sabemos" eran parte de su sabiduría diaria. En aquel entonces, a mis 16 años, esas frases me parecían exageradas. Hoy, a mis 42 años y como madre de un adolescente, entiendo exactamente a qué se refería.

Quiero contarte una anécdota de mi adolescencia que pudo haber cambiado el rumbo de mi vida.

Cuando quise ser otra

Estudiaba en el CETis 150 de mi pueblo, y durante aproximadamente un semestre, me junté con una chica llamada Cecilia. Era linda, segura, carismática y diferente a lo que yo estaba acostumbrada. A pesar de ser solitaria, su actitud generaba incomodidad en otras chicas y atracción en casi todos los chicos. Pronto nos convertimos en un trío inseparable: Cecilia, Cristina y yo. A eso se sumaron siete chicos de la especialidad de Máquinas y Herramientas, todos mayores que nosotras.

Yo, la tímida, la callada, la “nerd”, de repente formaba parte de un grupo que llamaba la atención en toda la escuela. Caminábamos entre miradas de admiración, envidia o simple desconcierto. Me sentía visible por primera vez.

El día que todo pudo cambiar

Una mañana, decidimos “echarnos la pinta” y fuimos en dos camionetas al arroyo del Sabino, un lugar en medio de la nada, a unos 30 minutos en caminos empedrados y entre matrorrales. En mi mente, ingenua e idealista, era un simple día de campo. El lugar era hermoso, como su nombre, un arroyo rodeado de árboles de sabino, a donde se rumoraba que se escapaban los jóvenes a causar alboroto o a meterse en problemas. Llevamos tostadas, botanas, jugamos cartas y reímos. Era adrenalina pura para alguien como yo. Pero también vi alcohol, y supe que para mis amigas y estos chicos, esas escapadas eran frecuentes. Para mí no.

Este lugar tenía muy mala fama cuando jóvenes se escapaban ahí, se rumoraba sobre asaltos sexuales, “accidentes” que terminaban en muertes, lugar donde se hacían drogas, entre muchas otras cosas.

Aunque ese día no pasó nada malo y los chicos se portaron con total respeto, entendí que aquello podía ser solo el comienzo de una vida de decisiones peligrosas.

La culpa... y la confesión

Al volver, sentí una culpa tremenda. No había mentido nunca a mi mamá, ni me había saltado clases. Al llegar a casa, bajé la mirada, la abracé y le conté todo. Me preguntó si estaba bien, y luego de escucharme, me dijo: "Gracias por confiar en mí, aunque supieras que estuvo mal."

Esa noche entendí lo que mi mamá quería decir con sus frases. Nunca más volví a hacerlo. Con el tiempo, supe que uno de esos chicos murió en un accidente automovilístico; otro pasó años en prisión. De Cecilia no volví a saber nada. Desertó la escuela y su reputación no mejoró.

Hoy, como madre, revivo esa experiencia desde otro ángulo, y estas son las lecciones que me dejó.

Lecciones que me dejó esa etapa

  1. La popularidad no siempre es sinónimo de bienestar emocional.

  2. Sentirte visible no justifica poner tu seguridad en juego.

  3. Una sola decisión puede llevarte por caminos muy distintos.

  4. No todo lo que parece divertido en la adolescencia vale la pena.

  5. Ser escuchada por alguien popular no es igual a pertenecer.

  6. No necesitas cambiar quién eres para ser aceptada.

  7. Los instintos de mamá rara vez se equivocan.

  8. La presión social se disfraza muchas veces de aventura.

Lecciones para padres de adolescentes

  1. No subestimes el poder de tus palabras: lo que repites hoy, ellos lo entenderán mañana.

  2. Crea un vínculo de confianza, no de miedo. Si tus hijos pueden contarte sus errores, vas por buen camino.

  3. Escucha sin juzgar. A veces, un simple “¿estás bien?” es más poderoso que un regaño.

  4. No pienses “mi hijo nunca haría eso”. Todos pueden equivocarse.

  5. Habla de los riesgos reales, con firmeza pero sin drama.

  6. Observa sus amistades con atención.

  7. Comparte tus propias historias. La adolescencia se vuelve menos solitaria cuando saben que tú también pasaste por ahí, y que también te equivocaste.

Si estás leyendo esto y eres adolescente, recuerda: no necesitas arriesgar tu seguridad para sentirte aceptado. Y si eres madre o padre, nunca dejes de hablar con tus hijos. Algún día, como yo, entenderán esas frases que hoy repites y que parecen no tener sentido. Y te confieso algo, la razón principal porque no me atreví a más, por qué no lo repetí, fue por que las palabras de mi mamá estaban más impregnadas en mi mente y en mi corazón más de lo que yo misma lo aceptaba en ese momento.

Porque sí... "dime con quién andas..." no es solo un dicho. Es una advertencia, es sabiduría, y a veces, es lo que puede salvar una vida.

¿Tienes alguna experiencia similar? ¿o tienes hijos adolescentes y estás en este dilema? Te leo en los comentarios.

También suscríbete a nuestro boletín semanal para que no te pierdas uno solo de nuestros blogs, artículos, sorteos, episodios de podcast y conversaciones reales. Simplemente ingresa tu correo electrónico en la siguiente casilla.

Siguiente
Siguiente

Cuenta ABLE: La Inversión Libre de Impuestos que Muchos Desconocen